Ni patatas chips ni palomitas, en Camboya no hay mejor tentempié que comerse una buena tarántula, el más reputado y apreciado manjar de entre todo el abanico de insectos e invertebrados que en general les gusta picar a los camboyanos.
Los vecinos de la pequeña aldea de Skuon, a unos 70 kilómetros al norte de la capital, Phnom Penh, se chupan los dedos devorando los cucuruchos de araña fritas. Los comerciantes venden las tarántulas, fritas con ajo y hierbas, amontonadas en bandejas de madera.
El pueblo, estratégicamente situado en la confluencia de las carreteras que llevan a los milenarios templos de Angkor, Laos y Phnom Penh, es parada habitual de viajeros y allí les esperan los vendedores de insectos.
El producto tiene una notable salida y el cliente no pierde el tiempo en protocolos innecesarios para disfrutar del refrigerio. Se empieza por las patas, crujientes y delicadas, de un sabor que recuerda a las gambas al ajillo, y se culmina con el abdomen, cuyo regusto ligeramente rancio aprecian sus seguidores.
Cada puesto suele tener un pequeño cubo con tarántulas vivas, para quienes prefieran llevárselas a casa para prepararlas allí, aunque por lo general la manera más popular es freírlas y ponerlas en la mesa recién salidas de la sartén, de forma que en el momento de comerlas estén al máximo de crujientes, explican los camboyanos.
Para los neófitos que empiezan a adentrarse en este mundo culinario, más que el sabor o la textura, lo que distingue las tarántulas de cucarachas, gusanos o saltamontes es su precio, mucho más caro que el de la mayoría de insectos.
Unos 2 mil riel (medio dólar) por unidad se paga por una de estas peludas arañas, frita o viva y coleando, cuatro veces más que la langosta, de tamaño similar.
"Cuesta mucho encontrarlas y además es peligroso porque tienen veneno y pueden morderte", explica Sina, una de las vendedoras de bichos que asegura conocer a más de uno que ha perdido la vida por una picadura de tarántula.
sábado, 13 de junio de 2009
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